En plenas negociaciones para la investidura de Pedro Sánchez, que los expertos y yo mismo pensamos que es probable, planea también la posibilidad de una repetición electoral que redefiniera nuevas mayorías en las cámaras legislativas.
La experiencia en las dos últimas repeticiones electorales es que en ambas, la de 2016 y la de 2019, sirvieron solo para reposicionar algunos partidos y, en la última de 2019, para la desaparición de Ciudadanos, pero sin que cambiara la aritmética de los bloques; derecha, e izquierda y partidos nacionalistas.
La cuestión es que la fidelidad del voto suele ser alta y solo coyunturas impredecibles en el momento de la votación o variaciones en la participación pueden cambiar el resultado. Las reglas por las que se eligen diputados y senadores están reguladas por la ley electoral y, sobretodo, por la circunscripción provincial que está blindada en la Constitución. Es de dominio público que el voto no tiene el mismo valor para los ciudadanos que ejercen su derecho al sufragio en provincias poco pobladas en comparación con el de provincias con mayor población. Las provincias de la España central y atlánticas vale más del doble que el voto emitido en las mediterráneas.
(Véase mi artículo: “La desigualdad del valor del voto beneficia a la España inmovilista”)
El otro factor de inmovilidad “ideológica” está en la poca flexibilidad dentro de las opciones electorales derivados de la rigidez de los partidos y su “cadena de mando”: su jerarquización. Es decir, la obediencia al leader. El hecho de que las listas se aprueben por el jefe de partido convierte a los diputados y senadores en cautivos a la carta si pretenden tener futuro político.
El tema de la democracia interna en los partidos y la dedocracia que ejercen los líderes, recuérdese el control férreo de Alfonso Guerra con aquel “el que se mueva no sale en la foto”, muestra hasta qué punto los partidos son responsable de la polarización política que, las encuestas demuestran, es mayor que la polaridad en sociedad. Si no fuera así, no habría necesidad de esas campañas de populismo fakenews por parte de líderes sin escrúpulos que buscan radicalizar las sociedades para manipularlas con mayor facilidad. Véase el ejemplo claro de Trump o de Boris Johnson, que tras haber ganado el Brexit se jactaba de las mentiras que había utilizado.
¿Qué hacer para democratizar los partidos y permitir su evolución ideológica desde dentro? Desde hace años politólogos han planteado la conveniencia de institucionalizar legalmente las tendencias o corrientes de opinión que se dan en el seno de los partidos y que afloran regularmente en sus congresos de final de mandato. Para las jerarquías de los partidos, reconocer tendencias o corrientes internas se consideran como debilitamiento ideológico. Sin entrar en profundidades, aunque es cierto que procesos de crítica suponen abrir el debate sobre ideologías y estrategias, dar cabida institucional a tendencias internas permitiría a los partidos evolucionar; adaptándose a la sociedad que pretenden representar.
Y en esa dirección se reclama, pero con la boca pequeña, una reforma de la ley de partidos en ese sentido de reconocer corriente de opinión, al menos aquellas de cierta solvencia, quizás en un baremo del treinta por ciento, a fin de permitir que las ofertas electorales de los partidos sean más plurales; y que los electores, dentro de su propia adscripción ideológica, tengan capacidad de discriminar su voto.
Una futura reforma electoral que dotara de mayor representatividad a los electores, salvando de entrada la sobre representatividad de la España interior sobre la periférica especialmente en el Senado, y que desbloqueara las listas al Congreso para que el elector pudiera marcar orden de preferencia y que, en esas, las tendencia reconocidas tuvieran legalmente que estar proporcionalmente representadas en la candidatura. Si eso fuera así, las voces de los candidatos podrían matizar las ofertas electorales de sus partidos pudiendo, los electores, diferenciar y valorar a cada uno de los candidatos de lista de la candidatura específicamente, de modo que sin tener que cambiar de opción politica sí podrían diferencias y valorar la orientación de su voluntad ideológica.